La semana pasada se conoció una encuesta del “Centro Latinoamericano Salud y Mujer”, realizada en las maternidades de cuatro hospitales porteños. Entre las 171 chicas de 13 a 19 años que acababan de dar a luz, seis de cada diez respondieron que no habían “planificado” el embarazo. Sin embargo, casi la misma cantidad, dijo que había recibido educación sexual en la escuela antes de quedar embarazada. Recordemos que en la Capital de la Argentina, educación sexual es casi sinónimo de enseñar a prevenir los embarazos no deseados.
Cuando se parte de la idea de que el ser humano es pura instintividad y que, por eso, no es posible gobernar la sexualidad a través de la voluntad, el único camino que queda es “prevenir” la “enfermedad” de un bebé “no deseado” a través de la anticoncepción química o mecánica.
Tal vez estas palabras sean presentar la cuestión de una manera muy simple, pero aquí radica lo profundo del problema. No en que la sexualidad sea buena o mala, sino en que la sexualidad debe vivirse integrada a una vida signada por valores. El placer, el amor y la vida son valores que tienen determinado peso. Cuando el placer es solamente el centro de una sexualidad vivida sin “prejuicios”, el amor se degrada y la vida se devalúa. Esa misma encuesta mostraba que la mayoría de esas mamás adolescentes continuaban la vida solas con sus bebés. En otras palabras, la pareja se dijo: “te uso y te dejo”. Y la vida se degrada hasta el punto de la promoción del aborto como un medio de “plenificar” a las mujeres y a la “libre elección” sobre su cuerpo. A este espectáculo estamos asistiendo cada vez con mayor intensidad en la Argentina.
Frente a todo esto quisiera rescatar una “mala palabra” en nuestra cultura. Me animo a pronunciarla porque estamos muy acostumbrados al lenguaje obsceno que nos llega a través de los medios. Por eso espero que nadie se ofenda cuando la pronuncie. Esta “mala palabra” es... virginidad. Sí, ya sé, es una palabra muy fuerte y al pronunciarla puedo tener sanciones de parte de los organismos que regulan los medios de comunicación. Pero mi conciencia me impulsa a decirla... ¡Y ya la dije!
Virginidad. Suena a retrógrado, conservador, polvoriento pasado con resabios medievales. Pero es la palabra que estamos olvidando en esta búsqueda por la “calidad de la vida sexual”.
La virginidad nos habla de una entereza. Estar “enteros” no solamente en lo físico, sino como una actitud positiva en la conducta cotidiana. En otras palabras, la virginidad es una actitud ética frente a la vida y a la sexualidad como parte de la propia vida.
La virginidad habla de un tesoro que no debe ser sacrificado en el altar de la fogosidad sino que debe ser ofrendado a un amor profundo que plenifica toda la vida. La virginidad se entrega a Dios por parte de quien quiere servirlo con un corazón indiviso durante toda la vida. Si no es así, la virginidad se plenifica ofrendándola a quién compartirá la vida, en el amor, para siempre. Lo primero es la Virginidad Consagrada. Lo segundo es el Matrimonio.
Cuando la virginidad no es “ofrenda” sino que “se pierde”, vienen los dolores de cabeza y las encuestas del “Centro Latinoamericano Salud y Mujer” que confirman los fracasos de la educación sexual sin valores.
La virginidad es posible porque además de instintos, tenemos inteligencia y voluntad. Y por esto podemos gobernar nuestras vidas. Solo puede custodiar su virginidad quién es capaz de ser dueño de sí. Por esto supone la templanza frente a las tantas incitaciones que tenemos para “perderla”. Es un camino muchas veces arduo y, por eso, provoca la risa y la burla de quién no tiene la suficiente fuerza de voluntad para afrontarlo. Pero es un camino que vale la pena transitar porque hace descubrir el verdadero tesoro de la sexualidad, del amor y de la vida. Es un camino que llena de sentido la vida.
Yo se que he dicho muchas “malas palabras”. Pero no me disculpo. Sinceramente, creo que si estas “malas palabras” se repitieran más a menudo y se le sacudiera el polvo que el olvido ha puesto sobre ellas, si se hiciera así, muchos problemas de personas, de parejas y de familias se solucionarían.
Cuando se parte de la idea de que el ser humano es pura instintividad y que, por eso, no es posible gobernar la sexualidad a través de la voluntad, el único camino que queda es “prevenir” la “enfermedad” de un bebé “no deseado” a través de la anticoncepción química o mecánica.
Tal vez estas palabras sean presentar la cuestión de una manera muy simple, pero aquí radica lo profundo del problema. No en que la sexualidad sea buena o mala, sino en que la sexualidad debe vivirse integrada a una vida signada por valores. El placer, el amor y la vida son valores que tienen determinado peso. Cuando el placer es solamente el centro de una sexualidad vivida sin “prejuicios”, el amor se degrada y la vida se devalúa. Esa misma encuesta mostraba que la mayoría de esas mamás adolescentes continuaban la vida solas con sus bebés. En otras palabras, la pareja se dijo: “te uso y te dejo”. Y la vida se degrada hasta el punto de la promoción del aborto como un medio de “plenificar” a las mujeres y a la “libre elección” sobre su cuerpo. A este espectáculo estamos asistiendo cada vez con mayor intensidad en la Argentina.
Frente a todo esto quisiera rescatar una “mala palabra” en nuestra cultura. Me animo a pronunciarla porque estamos muy acostumbrados al lenguaje obsceno que nos llega a través de los medios. Por eso espero que nadie se ofenda cuando la pronuncie. Esta “mala palabra” es... virginidad. Sí, ya sé, es una palabra muy fuerte y al pronunciarla puedo tener sanciones de parte de los organismos que regulan los medios de comunicación. Pero mi conciencia me impulsa a decirla... ¡Y ya la dije!
Virginidad. Suena a retrógrado, conservador, polvoriento pasado con resabios medievales. Pero es la palabra que estamos olvidando en esta búsqueda por la “calidad de la vida sexual”.
La virginidad nos habla de una entereza. Estar “enteros” no solamente en lo físico, sino como una actitud positiva en la conducta cotidiana. En otras palabras, la virginidad es una actitud ética frente a la vida y a la sexualidad como parte de la propia vida.
La virginidad habla de un tesoro que no debe ser sacrificado en el altar de la fogosidad sino que debe ser ofrendado a un amor profundo que plenifica toda la vida. La virginidad se entrega a Dios por parte de quien quiere servirlo con un corazón indiviso durante toda la vida. Si no es así, la virginidad se plenifica ofrendándola a quién compartirá la vida, en el amor, para siempre. Lo primero es la Virginidad Consagrada. Lo segundo es el Matrimonio.
Cuando la virginidad no es “ofrenda” sino que “se pierde”, vienen los dolores de cabeza y las encuestas del “Centro Latinoamericano Salud y Mujer” que confirman los fracasos de la educación sexual sin valores.
La virginidad es posible porque además de instintos, tenemos inteligencia y voluntad. Y por esto podemos gobernar nuestras vidas. Solo puede custodiar su virginidad quién es capaz de ser dueño de sí. Por esto supone la templanza frente a las tantas incitaciones que tenemos para “perderla”. Es un camino muchas veces arduo y, por eso, provoca la risa y la burla de quién no tiene la suficiente fuerza de voluntad para afrontarlo. Pero es un camino que vale la pena transitar porque hace descubrir el verdadero tesoro de la sexualidad, del amor y de la vida. Es un camino que llena de sentido la vida.
Yo se que he dicho muchas “malas palabras”. Pero no me disculpo. Sinceramente, creo que si estas “malas palabras” se repitieran más a menudo y se le sacudiera el polvo que el olvido ha puesto sobre ellas, si se hiciera así, muchos problemas de personas, de parejas y de familias se solucionarían.