Una experiencia de vida
En mis primeros años como sacerdote la Providencia quiso llevarme a Feliciano. Allí la Parroquia tiene un Hogar que ampara a una treintena de niños en situación de riesgo. Entre tantos rostros y situaciones de vida, recuerdo especialmente una. Vamos a ponerle por nombre Lucho, para no revelar su verdadera identidad. La directora de una de nuestras escuelas estaba preocupada. Lucho iba al jardincito de cinco años y con frecuencia tenía rastros de haber sido golpeado en su casa. Un día la maestra jardinera nos lo muestra: tenía la frente herida por un golpe. Junto a la directora primero nos indignamos. Pero después hicimos un plan y pasamos manos a la obra. Fuimos a su casa a hablar con su mamá. No le dijimos nada de los golpes, solamente le hicimos notar lo que le costaba alimentar y vestir al niño a causa de su pobreza. Nos costó un rato de charla, pero le sacamos la promesa que el lunes el Lucho se iría a vivir al Hogar. Y así fue.
El lunes por la mañana llegó de la mano de su madre. Lo primero que hicimos fue higienizarlo, ya que venía todo orinado. La mamá se quedó charlando con la Coordinadora del Hogar. En eso me llama la celadora que lo estaba bañando. Me muestra su espalda morena llena de marcas blancas, de esas que dejan las hebillas del cinto cuando a uno le pegan. Por la tarde, con el pelo recién cortado, varias marcas blancas se dejaban ver también en su cabecita. Fue una confirmación de que habíamos hecho bien en traerlo con nosotros.
Todo marchaba sobre rieles. Lucho estaba contento y nosotros por eso también. Pero a los tres días, por la tarde, escucho gritos de llanto en el Hogar. Pensando que eran el resultado de alguna de las peleas en que se meten los niños (de esas que cada uno de nosotros recuerda más de una ¿no?) fui a la cocina. Mi sorpresa fue grande cuando veo que es él quién está llorando a gritos, mojado, desnudo y escondido en un rincón. La celadora lo veía y le hablaba... pero el nada. Bastó mi mirada para que la celadora se sintiera culpable y pasara al banquillo de los acusados a defenderse. En realidad no le había hecho nada. El chico se había portado mal y ella, de palabra, le había llamado la atención. Como cualquier mamá hace con su hijo para corregirlo. Pero Lucho al sentirse retado, se arrancó la ropa, se mojó, y se escondió en un rincón llorando a gritos... literalmente. Y esta no fue la última vez, sino la primera. Cada vez que se le corregía algo terminaba desnudo, mojado y llorando. Fue una situación que nos desarmó a todos: no queríamos que sufriera, pero tampoco se le podía dejar que hiciera cualquier cosa a su antojo. Y lo peor era que no nos explicábamos por que una reacción tan exagerada frente a la más pequeña contradicción. Hasta que, en una charla con la madre sobre temas intrascendentes, ella nos cuenta que Lucho se orinaba todos los días. Entonces ella lo levantaba, temprano, le sacaba la ropa a tirones, le daba un chirlo, lo llevaba a la canilla del patio y lo lavaba. Luego lo dejaba desnudo que se secara. Esto en el verano, pero también en el invierno. Así entendimos nosotros porque tantas marcas en su cuerpo y el porque de sus reacciones. Sólo protestaba de la manera que le habían enseñado.
Nos costó mucho tiempo y mucha psicología, pero sobre todo mucho, mucho amor, cambiar sus actitudes. Un día, cuando el problema ya estaba casi superado, una celadora le pregunta si estaba contento en el Hogar. Lucho responde: “SI, PORQUE AQUÍ ME MALTRATAN BIEN” (¡Ja!).
Una palabra sobre la Argentina
En estos días me he acordado de Lucho pensando en mi Argentina. Estamos “heridos y agobiados”, maltratados por los de afuera y por los de adentro. Y las causas de este maltrato ya las conocemos de sobra. Los Obispos de Argentina nos la enumeraron: “concepción mágica del Estado; despilfarro de los dineros del pueblo; liberalismo extremo, mediante la tiranía del mercado; evasión de los impuestos; falta de respeto a la ley, tanto en su cumplimiento como en el modo de dictarla y aplicarla; pérdida del sentido del trabajo; incumplimiento de la palabra empeñada; atropello de los derechos ajenos mediante el abuso de las medidas de fuerza; defensa exacerbada de los derechos adquiridos; mala voluntad para participar en los sacrificios que requiere la reconstrucción de la Patria; decadencia de la educación; banalidad y procacidad de muchos programas trasmitidos por los medios de comunicación, que nos avergüenzan como argentinos. En una palabra, una corrupción generalizada que mina la cohesión de la Nación y nos desprestigia ante el mundo.”.
Y cuál es nuestra reacción: como Lucho seguir haciendo más de lo mismo. Acorralados y en piquetes hemos construido la Argentina como una gran carpa que cobije nuestras quejas. Porque la culpa siempre la tiene el otro y nos cuesta asumir que “nuestra crisis es también nuestra”. Y así se institucionaliza el egoísmo y se diluye la búsqueda del bien común. Claro que también hay gestos muy lindos, como el trueque (aunque en definitiva es algo que solo ayuda a paliar la crisis).
Una apuesta al compromiso
Como cristianos, ¿tenemos algo que pueda aportar alguna novedad? De nuevo vuelvo a Lucho. No le sirvió saber cual era su problema. Lo solucionó cuando se sintió amado por una persona concreta y con hechos concretos. Nosotros le damos sentido al dolor desde el gesto liberador de un Dios que nos ama hasta el punto de dar la vida en la cruz. Y no sólo murió, sino que también resucitó y nos dio la fuerza de su Espíritu para que enfrentemos la vida llenos de esperanza. Es el mismo Dios que en una parábola nos enseña quién es nuestro prójimo y como lo debemos ayudar: el samaritano no protestó ni se asustó, ni se paralizó. El sólo vio y actuó.
Es triste saber que una encuesta dice que a más de la mitad de los argentinos no les interesa ni el presente ni el futuro del país. En otra palabra: indiferencia. Pero esto no es humano y menos aún cristiano. En la Argentina es tiempo de amar. Y amar significa comprometerse, participar, aportar ideas y esfuerzos. Lucho fue distinto porque hubo gente, con gestos concretos, que se jugó por el. La Argentina merece ser distinta: ¿los católicos en gestos concretos nos jugaremos por la nación? Espero que si porque Dios así lo quiere.
En mis primeros años como sacerdote la Providencia quiso llevarme a Feliciano. Allí la Parroquia tiene un Hogar que ampara a una treintena de niños en situación de riesgo. Entre tantos rostros y situaciones de vida, recuerdo especialmente una. Vamos a ponerle por nombre Lucho, para no revelar su verdadera identidad. La directora de una de nuestras escuelas estaba preocupada. Lucho iba al jardincito de cinco años y con frecuencia tenía rastros de haber sido golpeado en su casa. Un día la maestra jardinera nos lo muestra: tenía la frente herida por un golpe. Junto a la directora primero nos indignamos. Pero después hicimos un plan y pasamos manos a la obra. Fuimos a su casa a hablar con su mamá. No le dijimos nada de los golpes, solamente le hicimos notar lo que le costaba alimentar y vestir al niño a causa de su pobreza. Nos costó un rato de charla, pero le sacamos la promesa que el lunes el Lucho se iría a vivir al Hogar. Y así fue.
El lunes por la mañana llegó de la mano de su madre. Lo primero que hicimos fue higienizarlo, ya que venía todo orinado. La mamá se quedó charlando con la Coordinadora del Hogar. En eso me llama la celadora que lo estaba bañando. Me muestra su espalda morena llena de marcas blancas, de esas que dejan las hebillas del cinto cuando a uno le pegan. Por la tarde, con el pelo recién cortado, varias marcas blancas se dejaban ver también en su cabecita. Fue una confirmación de que habíamos hecho bien en traerlo con nosotros.
Todo marchaba sobre rieles. Lucho estaba contento y nosotros por eso también. Pero a los tres días, por la tarde, escucho gritos de llanto en el Hogar. Pensando que eran el resultado de alguna de las peleas en que se meten los niños (de esas que cada uno de nosotros recuerda más de una ¿no?) fui a la cocina. Mi sorpresa fue grande cuando veo que es él quién está llorando a gritos, mojado, desnudo y escondido en un rincón. La celadora lo veía y le hablaba... pero el nada. Bastó mi mirada para que la celadora se sintiera culpable y pasara al banquillo de los acusados a defenderse. En realidad no le había hecho nada. El chico se había portado mal y ella, de palabra, le había llamado la atención. Como cualquier mamá hace con su hijo para corregirlo. Pero Lucho al sentirse retado, se arrancó la ropa, se mojó, y se escondió en un rincón llorando a gritos... literalmente. Y esta no fue la última vez, sino la primera. Cada vez que se le corregía algo terminaba desnudo, mojado y llorando. Fue una situación que nos desarmó a todos: no queríamos que sufriera, pero tampoco se le podía dejar que hiciera cualquier cosa a su antojo. Y lo peor era que no nos explicábamos por que una reacción tan exagerada frente a la más pequeña contradicción. Hasta que, en una charla con la madre sobre temas intrascendentes, ella nos cuenta que Lucho se orinaba todos los días. Entonces ella lo levantaba, temprano, le sacaba la ropa a tirones, le daba un chirlo, lo llevaba a la canilla del patio y lo lavaba. Luego lo dejaba desnudo que se secara. Esto en el verano, pero también en el invierno. Así entendimos nosotros porque tantas marcas en su cuerpo y el porque de sus reacciones. Sólo protestaba de la manera que le habían enseñado.
Nos costó mucho tiempo y mucha psicología, pero sobre todo mucho, mucho amor, cambiar sus actitudes. Un día, cuando el problema ya estaba casi superado, una celadora le pregunta si estaba contento en el Hogar. Lucho responde: “SI, PORQUE AQUÍ ME MALTRATAN BIEN” (¡Ja!).
Una palabra sobre la Argentina
En estos días me he acordado de Lucho pensando en mi Argentina. Estamos “heridos y agobiados”, maltratados por los de afuera y por los de adentro. Y las causas de este maltrato ya las conocemos de sobra. Los Obispos de Argentina nos la enumeraron: “concepción mágica del Estado; despilfarro de los dineros del pueblo; liberalismo extremo, mediante la tiranía del mercado; evasión de los impuestos; falta de respeto a la ley, tanto en su cumplimiento como en el modo de dictarla y aplicarla; pérdida del sentido del trabajo; incumplimiento de la palabra empeñada; atropello de los derechos ajenos mediante el abuso de las medidas de fuerza; defensa exacerbada de los derechos adquiridos; mala voluntad para participar en los sacrificios que requiere la reconstrucción de la Patria; decadencia de la educación; banalidad y procacidad de muchos programas trasmitidos por los medios de comunicación, que nos avergüenzan como argentinos. En una palabra, una corrupción generalizada que mina la cohesión de la Nación y nos desprestigia ante el mundo.”.
Y cuál es nuestra reacción: como Lucho seguir haciendo más de lo mismo. Acorralados y en piquetes hemos construido la Argentina como una gran carpa que cobije nuestras quejas. Porque la culpa siempre la tiene el otro y nos cuesta asumir que “nuestra crisis es también nuestra”. Y así se institucionaliza el egoísmo y se diluye la búsqueda del bien común. Claro que también hay gestos muy lindos, como el trueque (aunque en definitiva es algo que solo ayuda a paliar la crisis).
Una apuesta al compromiso
Como cristianos, ¿tenemos algo que pueda aportar alguna novedad? De nuevo vuelvo a Lucho. No le sirvió saber cual era su problema. Lo solucionó cuando se sintió amado por una persona concreta y con hechos concretos. Nosotros le damos sentido al dolor desde el gesto liberador de un Dios que nos ama hasta el punto de dar la vida en la cruz. Y no sólo murió, sino que también resucitó y nos dio la fuerza de su Espíritu para que enfrentemos la vida llenos de esperanza. Es el mismo Dios que en una parábola nos enseña quién es nuestro prójimo y como lo debemos ayudar: el samaritano no protestó ni se asustó, ni se paralizó. El sólo vio y actuó.
Es triste saber que una encuesta dice que a más de la mitad de los argentinos no les interesa ni el presente ni el futuro del país. En otra palabra: indiferencia. Pero esto no es humano y menos aún cristiano. En la Argentina es tiempo de amar. Y amar significa comprometerse, participar, aportar ideas y esfuerzos. Lucho fue distinto porque hubo gente, con gestos concretos, que se jugó por el. La Argentina merece ser distinta: ¿los católicos en gestos concretos nos jugaremos por la nación? Espero que si porque Dios así lo quiere.